No es difícil demostrar, a través de hechos que nos resultan evidentes, cómo nuestra sensibilidad tiene la capacidad de captar valores aún no realizados, vislumbrándolos antes de que cobren forma en objetos o personas. Este fenómeno es especialmente notable en el caso del gran artista, cuya capacidad creativa da lugar a obras que introducen una nueva dimensión de belleza, aquello que solemos llamar un "nuevo estilo".
Pensemos, por ejemplo, en el pintor que plasma una escena jamás antes imaginada, o en el músico que compone melodías que rompen con todo lo conocido. ¿Dónde encontró el artista esa singularidad, esa gracia que define sus creaciones? La respuesta, lejos de estar en algo tangible, se encuentra en su interior: no en una imagen ya existente, sino en una intuición pura, casi etérea, que lo guía como un faro. Esta intuición es la percepción de un valor aún no encarnado, una especie de anticipo de lo que podría ser.
Guiado por esa chispa inicial, el artista se sumerge en un proceso de búsqueda. Explora colores, formas, sonidos y texturas, ya sea en la naturaleza, en su entorno o incluso en los vastos territorios de su imaginación. Es como si su sensibilidad actúe como un radar capaz de captar lo posible, lo latente, y su habilidad técnica se convierta en el puente que le permite traer esas visiones al mundo real. Así, lo que al principio era solo una intuición se transforma en algo concreto, accesible para todos.
En este proceso creativo, el artista no solo da cuerpo a lo que intuyó, sino que también redefine nuestra percepción de la belleza. Nos enseña a ver el mundo de otra manera, revelándonos aspectos que quizás estaban allí, pero que no habríamos reconocido sin su intervención. De esta manera, la obra de arte no solo refleja la sensibilidad del creador, sino que también despierta en quienes la contemplan la capacidad de percibir lo nuevo, lo no evidente, ampliando los horizontes de nuestra propia sensibilidad.
En definitiva, este fenómeno ilustra una verdad profunda sobre la naturaleza humana: que somos capaces de anticipar y soñar con valores, formas y significados que aún no existen en el mundo físico, pero que esperan ser descubiertos y realizados a través del acto creativo. Es en esa interacción entre intuición y creación donde radica el poder transformador del arte y, en última instancia, de nuestra sensibilidad como seres humanos.