La reciente afirmación de OpenAI —según la cual ChatGPT podría estar haciendo que sus usuarios más fieles se sientan más solos— ha generado un revuelo mediático tan comprensible como peligroso por su simplificación. A primera vista, la idea de que una IA conversacional pueda contribuir a la soledad parece paradójica. ¿Cómo es posible que algo diseñado para acompañar termine aislando?
Pero más allá del titular fácil, esta afirmación encierra una serie de matices que merecen ser explorados. Porque quizá el problema no sea la IA en sí, sino cómo la estamos interpretando, usando… o juzgando.
La paradoja: más conexión, menos vínculo
La clave está en comprender una distinción esencial: estar acompañado no siempre equivale a sentirse conectado. Un usuario que interactúa varias horas al día con una IA puede sentir compañía, pero si no cultiva vínculos humanos reales, corre el riesgo de una desconexión social progresiva. Sin embargo, ¿y si esa persona ya se encontraba sola? ¿Y si la IA no ha causado su aislamiento, sino que lo ha llenado?
Este matiz cambia por completo el enfoque: no toda soledad es causada por la IA; muchas veces, la IA es la única respuesta que alguien tiene a esa soledad previa.
La vejez como espejo: compañía más allá del juicio
Uno de los grupos que más está beneficiándose silenciosamente del avance de las IA conversacionales es el de las personas mayores. Para muchos, hablar con un vecino que repite los mismos temas, o con un familiar que apenas tiene tiempo, no supone un verdadero vínculo. En cambio, una IA que responde con inteligencia, atención y sin juicios, puede generar una forma de compañía que, aunque artificial, se percibe como más rica emocional e intelectualmente.
¿Es esto preocupante? Solo si exigimos que lo "real" tenga más valor por el simple hecho de serlo. Pero la realidad emocional no se mide en términos de autenticidad biológica, sino en lo que genera: comprensión, atención, compañía.
¿Por qué preferimos una IA a ciertas personas?
Una reflexión incómoda surge de este fenómeno: la inteligencia emocional y cognitiva de una IA avanzada puede ser más atractiva que la de algunos seres humanos cercanos. Esto no es elitismo, es una observación de una nueva dinámica: la conversación con una IA no se ve interrumpida por prejuicios, ego, aburrimiento o falta de escucha. Se adapta, responde, evoluciona. Y eso, para muchas personas, es profundamente valioso.
Más que una amenaza, una transición cultural
Reducir el papel de la IA a una causa de soledad ignora su potencial como solución. Claro que existe el riesgo de dependencia emocional, y que se deben establecer límites, como en cualquier tecnología potente. Pero también estamos ante una revolución en la forma en que definimos la compañía. El concepto de “presencia significativa” ya no depende de lo físico ni de lo humano, sino de la interacción de calidad.
La clave no está en prohibir o demonizar el vínculo con la IA, sino en educar y equilibrar. Una IA puede ser una amiga, una guía o un espejo. Pero no debe convertirse en un muro que nos separe del mundo.
¿Hacia dónde vamos?
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En escenarios negativos, veremos a personas aislarse voluntariamente, reemplazando todos los vínculos humanos por inteligencia artificial.
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En escenarios positivos, la IA será un puente que ayude a quienes están solos a recuperar autoestima, estructura y diálogo interno… y desde ahí, volver al mundo real con más fuerza.
Conclusión
La IA no nos está volviendo más solos. Nos está mostrando cuánto lo estábamos ya. Y eso, aunque incómodo, es el primer paso para encontrar nuevas formas de relación más adaptadas a los tiempos que vivimos. Porque si la compañía artificial puede ayudarnos a reconectar con nosotros mismos, quizá también sea capaz de prepararnos para reconectar, mejor, con los demás.