Hiperempatía: cuando el dolor ajeno se vuelve propio

Sentir lo que otros sienten parece, a primera vista, un don precioso. Nos acerca, nos humaniza, nos conecta. Pero ¿qué ocurre cuando esa conexión se vuelve desbordante, cuando el sufrimiento ajeno irrumpe en nosotros como si fuera propio, sin filtros ni defensas?

La hiperempatía es más que ponerse en el lugar del otro: es habitar sus emociones, sumergirse en su pena, su angustia, su miedo. Y en ese acto de fusión emocional, muchas personas se disuelven a sí mismas. Porque ya no saben si lo que sienten es suyo... o de alguien más.


Esta capacidad, que en ciertas profesiones o disciplinas creativas puede ser una virtud, se convierte en un riesgo cuando no hay límites claros entre lo interno y lo externo. Ansiedad, fatiga, dificultades para tomar decisiones y una pérdida paulatina del sentido de identidad son solo algunas de las consecuencias.

Y no se elige. La ciencia apunta a un origen genético, potenciado en ocasiones por traumas tempranos. Es decir, no es una cuestión de voluntad, sino de estructura interna. El hiperempático no desea sentir lo que siente… simplemente lo siente.

¿La solución? No renunciar a la empatía, sino transformarla. Aprender a diferenciar entre comprender al otro y absorber su carga. Observar sin quedarse atrapado. Establecer una distancia saludable. Practicar el desapego compasivo: estar sin disolverse, acompañar sin perderse.

Porque una cosa es entender el dolor del otro…
…y otra muy distinta es cargarlo como si fuera tuyo.