El cuerpo humano, cuando está en un estado óptimo de funcionamiento, no llama la atención sobre sí mismo. No hay dolor, no hay molestias, no hay síntomas que interrumpan nuestra conciencia. En otras palabras, el bienestar verdadero es discreto, casi invisible.
Cuando un órgano empieza a "hablar", generalmente lo hace a través de señales de alerta: dolor, inflamación, fatiga, disfunción. Ese "ruido" orgánico es la manifestación del desequilibrio, el aviso de que algo se ha salido del estado natural de armonía.
Además, esta frase nos invita a reflexionar sobre cómo valoramos la salud. Dado que el silencio es fácil de ignorar, muchas veces solo apreciamos la salud cuando la perdemos. Esta idea tiene un eco clásico en la sabiduría popular: "Uno no valora lo que tiene hasta que lo pierde."