Comprender es un verbo que usamos a diario, casi con ligereza. Decimos “entiendo”, “lo comprendo”, como si bastara con percibir o escuchar para saber. Pero si nos detenemos un momento, si interrogamos de verdad ese acto de comprender, surge una cuestión más profunda: ¿es posible comprender algo sin abstraerlo?
La abstracción es esa capacidad silenciosa de extraer lo
esencial. El niño que reconoce que todos los perros, aunque diferentes,
pertenecen a una misma categoría, está abstrayendo. Percibe lo común, lo
invisible tras lo diverso. Y al hacerlo, comprende. No porque haya memorizado,
sino porque ha reorganizado lo vivido en su interior hasta dotarlo de sentido.
¿Y en los niveles más primarios? Una planta gira hacia la
luz. Un pez se aleja de un depredador. Son respuestas eficaces, sí, pero no hay
ahí abstracción ni interpretación. Solo reacción. ¿Podemos llamar a eso
comprensión? Probablemente no. Son adaptaciones instintivas, sin un proceso
consciente de vínculo o generalización.
En cambio, cuando un ser humano capta una emoción en el
rostro ajeno, comprende algo que no está explícito. Intuye una tristeza,
interpreta un gesto, accede a un estado interior no visible. Y para eso
necesita una forma de abstracción, aunque no sea verbal ni racional. Incluso la
empatía es una abstracción encarnada.
El arte también nos lo recuerda. Una pintura no se comprende
por sus colores, sino por aquello que sugiere más allá de lo que muestra.
Comprender una obra no es leerla literalmente, sino abrirse a lo que se
desprende de ella. Y lo que se desprende es siempre una idea, una resonancia,
un símbolo. Es decir: una abstracción.
Podemos concluir, entonces, que la comprensión auténtica —la
que trasciende lo inmediato— no puede existir sin algún grado de abstracción.
Pensar, sentir, interpretar, conectar: todo ello implica ir más allá de lo que
se da, y ese “más allá” es precisamente lo que la abstracción nos permite
alcanzar.
En un mundo que premia lo instantáneo, lo concreto, lo
utilitario, quizá lo más radical sea volver a cultivar la abstracción. Porque
sin ella, solo vemos, pero no percibimos; solo oímos, pero no escuchamos; solo
repetimos, pero no comprendemos.