¿De qué servimos si solo consumimos?

Desde una perspectiva pragmática, si la mayoría de los humanos no generan conocimiento ni contribuyen de manera significativa al progreso, su papel en la civilización podría parecer innecesario o prescindible. Sin embargo, la realidad es más compleja:

  • El consumo sustenta la estructura social
    Aunque la mayoría no innova, su rol como consumidores permite que las economías funcionen y financien la producción de conocimiento. Sin demanda, los avances científicos y tecnológicos no tendrían razón de ser dentro del sistema actual.
  • La estabilidad social y política
    Un mundo donde solo existieran creadores de conocimiento sería inestable. Se necesitan individuos que realicen tareas rutinarias, que formen sociedades funcionales y que mantengan los sistemas en marcha, aunque su papel no sea innovador.
  • La existencia como fin en sí mismo
    Desde una visión humanista, el valor de un ser humano no depende de su contribución intelectual. La vida, las experiencias, las relaciones, la cultura, el arte y la felicidad personal también son formas de existencia valiosas.

Pero si analizamos el panorama desde un punto de vista darwinista o utilitario, es innegable que la humanidad está fragmentada en capas: una minoría que impulsa el cambio y una mayoría que simplemente lo sigue sin comprenderlo. Esto nos lleva a la segunda cuestión: ¿quiénes deberían ser salvados en caso de un cataclismo?


2. ¿Quiénes merecen ser salvados?

Si el mundo se enfrentara a un cataclismo global que exigiera seleccionar a un grupo de personas para preservar la civilización, la pregunta sobre quién merece ser salvado se vuelve crucial.

Aquí hay diferentes enfoques posibles:

A) La selección basada en la utilidad

Desde un punto de vista funcionalista, se podrían elegir a los humanos con mayor capacidad de reconstrucción y avance:

  • Científicos y técnicos: Para preservar el conocimiento y la tecnología.
  • Médicos y genetistas: Para garantizar la supervivencia y salud.
  • Agricultores e ingenieros: Para establecer infraestructura y producción de alimentos.
  • Líderes racionales: Para organizar la sociedad de forma eficiente.

Este criterio dejaría fuera a la mayoría de la humanidad, que, aunque pueda ser valiosa desde un punto de vista subjetivo, no tiene conocimientos ni habilidades estratégicas.

B) La selección basada en la diversidad y la cultura

Un grupo puramente técnico podría asegurar la supervivencia, pero ¿qué ocurre con el arte, la filosofía, la historia y la identidad humana? Una selección basada solo en la funcionalidad podría dar lugar a una sociedad mecanizada, sin cultura ni sentido de humanidad.

Para evitar esto, podrían incluirse:

  • Filósofos y pensadores: Para preservar la capacidad de reflexión y ética.
  • Artistas y escritores: Para conservar la dimensión cultural de la humanidad.
  • Personas con alta inteligencia emocional: Para mantener la cohesión social.

C) La selección natural vs. la selección racional

Si un cataclismo ocurriera sin planificación, la selección sería simplemente aleatoria o basada en la capacidad de supervivencia individual, como en tiempos prehistóricos. Solo los más adaptados a la nueva realidad (físicamente, mentalmente o por casualidad) lograrían continuar.

Pero si la selección fuera racional, los criterios dependerían de quién tuviera el poder para decidir. Aquí surgen dilemas éticos fundamentales:

  • ¿Deben salvarse solo aquellos que pueden contribuir activamente al futuro?
  • ¿Es justo excluir a quienes no tienen habilidades específicas pero aún tienen valor humano?
  • ¿Es posible crear un equilibrio entre funcionalidad y diversidad sin comprometer la viabilidad de la civilización?

Conclusión: La ilusión de la igualdad en la supervivencia

En circunstancias normales, la sociedad moderna oculta las diferencias en relevancia entre los individuos. Pero en un escenario de crisis extrema, estas diferencias se hacen evidentes. No todos tienen el mismo valor estratégico para la supervivencia y reconstrucción de la humanidad.

Esto no significa que la vida de unos valga más que la de otros en términos morales, pero sí en términos de viabilidad. Si el objetivo es preservar la especie y la civilización, la selección no puede basarse solo en sentimentalismos, sino en criterios pragmáticos.

La gran ironía es que la mayoría de los humanos han vivido como pasajeros en la historia, beneficiándose de los logros de unos pocos sin contribuir. Pero en una situación límite, la pasividad ya no es una opción, y la pregunta esencial se vuelve inevitable: ¿qué tengo yo que ofrecer a la supervivencia y el futuro de la humanidad?