Hacer de algo un yo mismo es el único medio para que deje de ser cosa

Esta afirmación revela una profunda relación entre la percepción, la apropiación y la esencia de los objetos en nuestro entorno. El acto de convertir algo externo en una extensión de uno mismo no implica únicamente una posesión material, sino un proceso de identificación y significado. Cuando algo se convierte en parte de nuestro "yo", deja de ser un mero objeto externo, una "cosa", y adquiere un sentido vivencial y subjetivo.

Por ejemplo, un libro no es simplemente un conjunto de páginas y tinta hasta que lo leemos, reflexionamos sobre su contenido y lo integramos a nuestra experiencia. En ese momento, deja de ser un objeto físico y se transforma en un elemento de nuestra identidad, en un fragmento de nuestras ideas y emociones.

Este principio puede aplicarse a nuestras relaciones con las personas, las ideas, el arte, e incluso la naturaleza. Aquello que permanece como una "cosa" es percibido desde la distancia, sin conexión íntima ni integración. Por el contrario, cuando hacemos que algo forme parte de nuestro "yo", lo llenamos de significado, lo dotamos de vida y trascendencia.

Sin embargo, esto también implica responsabilidad. Integrar algo a nuestro "yo" nos obliga a reconocerlo como parte de nosotros mismos, a tratarlo con el respeto y cuidado que merece. Por tanto, esta transformación no es un simple acto de apropiación, sino una forma de otorgar valor, dignidad y sentido.

En última instancia, esta reflexión nos invita a reexaminar nuestras relaciones con el mundo. ¿Qué cosas hemos permitido que sigan siendo simples objetos? ¿Qué elegimos integrar a nuestra vida para que deje de ser ajeno y cobre significado en nuestra existencia? Es una llamada a vivir con mayor conciencia, a transformar nuestro entorno en una parte viva de nuestro ser.