¿Es riqueza lo que se desvanece tan fácilmente en los mercados financieros?

Vivimos en una época en la que los titulares nos hablan de billones “perdidos” o “creados” en los mercados en cuestión de horas. Pero cuando una cifra desaparece de una pantalla sin que se haya destruido ningún puente, fábrica, campo o conocimiento… ¿de verdad ha desaparecido riqueza? ¿O solo se ha desvanecido una expectativa?

Lo que solemos llamar “riqueza” en los mercados financieros —acciones, bonos, criptomonedas— no es riqueza real en el sentido tangible o estable, sino valor de mercado estimado, fluctuante y volátil. Son proyecciones colectivas más que realidades sólidas.


La riqueza real se funda en la infraestructura, el conocimiento, los recursos naturales y la capacidad productiva; es lo que permanece, se transforma, y genera valor constante en el tiempo. Aunque también puede almacenarse de forma más pasiva en activos como el dinero, el arte o las joyas, estos no crean riqueza por sí mismos: solo la conservan, la trasladan o la simbolizan.

Podríamos decir que estos elementos pasivos son como energía potencial: están ahí, contenidos, esperando ser activados. La riqueza productiva, en cambio, es energía cinética: está en movimiento, genera transformación y progreso.

¿Y los mercados financieros? Esos espacios de alta volatilidad se asemejan a sistemas físicos caóticos e inestables: como un fluido turbulento, un plasma en agitación, o un sistema cuántico en estado superpuesto. Son extremadamente sensibles, cualquier perturbación externa —una noticia, un gesto político, una emoción colectiva— puede alterar súbitamente su comportamiento. No son ni energía potencial ni cinética en sentido puro; son, más bien, una forma de energía nerviosa, latente, siempre a punto de explotar o colapsar.

Tal vez deberíamos preguntarnos si esa volatilidad revela la fragilidad de un concepto que usamos con demasiada ligereza: riqueza.