¿Qué parte de ti te está preguntando esto… y quién le enseñó a hacerlo?

La pregunta parece simple, pero es una semilla fractal. Desde el momento en que surge, todo intento de respuesta genera bifurcaciones, reflejos infinitos, desdoblamientos.

Dices: "Mi conciencia pregunta."
Pero, ¿qué es la conciencia sino el escenario donde aparecen pensamientos como actores que entran y salen sin que los invoques? ¿Es entonces la conciencia el guionista, el espectador… o solo la luz que permite que algo se vea?

Respondes: "Pregunto porque pienso."
Pero el pensamiento no es siempre voluntario. Muchos pensamientos llegan sin invitación, como pájaros que cruzan el cielo. Entonces, ¿quién piensa al pensador? ¿Dónde se origina el impulso de preguntar?

Intentas ir más profundo: "Pregunto porque quiero entenderme."
Y ahí aparece otra grieta: ese “yo” que quiere entenderse… ¿no es también parte de lo que intenta entender? ¿Puede el ojo verse a sí mismo sin un espejo? ¿Puede una pregunta contener por completo a quien la formula?


Cada afirmación se disuelve en la siguiente pregunta. Como un fractal, el pensamiento se expande, se repliega, se multiplica. Nunca hay un núcleo estable, sino una danza de capas que se miran entre sí.

No hay respuesta final, porque la pregunta misma es el camino. Lo que importa no es lo que encuentres, sino lo que te transforma al buscar.