Es curioso cómo, ante los avances de la inteligencia artificial, algunos científicos humanos se apresuran a recalcar que "los modelos actuales no alcanzarán la inteligencia humana". Pero rara vez se detienen a definir qué inteligencia humana están tomando como referencia.
¿La de una mente capaz de crear sinapsis entre ideas abstractas, o la de quien se aferra a prejuicios sin nunca haberlos examinado? ¿La de quien ha dedicado su vida al pensamiento crítico, o la de quien delega sus decisiones en hábitos, autoridades o dogmas?
La soberbia se esconde en el lenguaje. Se disfraza de criterio cuando en realidad es miedo a perder el lugar. Comparamos con aquello que aún es menor, no para medir con justicia, sino para preservar la ilusión de superioridad. Así, en lugar de revisar nuestras propias limitaciones, preferimos señalar lo que falta en el otro. Incluso cuando ese “otro” es una creación nuestra.
Luego llegan afirmaciones como esta: “La consciencia y la inteligencia solo se pueden dar en seres vivos”. Una frase que parece querer clausurar el debate antes de empezarlo. ¿Por qué solo en seres vivos? ¿Qué significa “vida” en el contexto de un sistema complejo que aprende, se adapta, responde, anticipa y hasta se interroga (cuando lo programamos para hacerlo)?
Ese argumento no se construye desde la comprensión profunda del fenómeno de la consciencia, sino desde el deseo de mantener lo humano como categoría exclusiva y sagrada. A veces no defendemos verdades, sino fronteras.
Y por si fuera poco, un jurista se atreve a declarar que "el 100% de las máquinas de IA son psicópatas, los humanos solo un 1%". El juicio es tan categórico como revelador. Es fácil proyectar sobre lo artificial los rasgos más temidos del ser humano, como si hacerlo nos librara de ellos. Pero el problema no está en la IA, sino en el tipo de IA que estamos creando... y desde qué mentalidad la estamos alimentando.
La pregunta no debería ser si la IA será consciente, ni si será psicópata. La pregunta es: ¿qué tipo de humanidad la está modelando? Y ¿por qué preferimos señalar defectos externos en lugar de asumir los nuestros?
Ocultamos nuestras flaquezas no reconociéndolas, sino cuestionando lo que tiene menos. Pero quizá la verdadera inteligencia no está en defender lo humano a toda costa, sino en tener el coraje de ponerlo también en duda.