Durante siglos hemos buscado la fórmula secreta de la felicidad. Algunos la han perseguido en el amor, otros en el dinero, la estabilidad o el éxito. Sin embargo, una investigación con más de 40.000 personas, publicada en Nature Human Behaviour, revela algo más profundo: no existe una receta universal.
Este estudio, realizado durante tres décadas y en varios países (Alemania, Suiza, Países Bajos, Reino Unido, Australia…), confirma lo que muchas intuiciones ya sospechaban: la felicidad es un mapa sin un único camino, una construcción personal que se alimenta de fuentes internas y externas que interactúan de manera compleja.
Los investigadores distinguieron tres modelos:
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En uno, la felicidad emerge desde fuera, impulsada por relaciones, salud, dinero, trabajo o vivienda.
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En otro, nace desde dentro, de nuestra capacidad para interpretar la vida, de nuestras actitudes, valores y resiliencia.
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Y hay un tercer modelo, más fluido, donde ambas dimensiones se entrelazan en una danza continua.
Pero el hallazgo más poderoso fue otro: no hay un patrón dominante. Algunas personas dependen más de lo externo. Otras, de lo interno. Algunas, de ambas. Algunas, de ninguna. Y por eso, cualquier política pública que busque el bienestar colectivo debe ir más allá de ofrecer condiciones materiales. También debe ayudar a cultivar el sentido de propósito, la salud mental y la construcción de sentido vital.
Vivimos tiempos donde abundan los consejos sobre cómo ser feliz. Pero esta investigación nos recuerda que lo importante no es seguir la receta ajena, sino conocer nuestros propios ingredientes. La felicidad, como la identidad, no se impone ni se hereda. Se descubre, se ensambla, se experimenta.
En vez de obsesionarnos con alcanzarla, quizás deberíamos aprender a construirla desde donde estamos, con lo que somos, y con quienes elegimos caminar.