Las relaciones humanas están hechas de memoria y de presente, de lo que fue y de lo que es. Sin embargo, cuando el presente se vuelve incómodo o incierto, muchas veces refugiamos nuestros sentimientos en una versión idealizada del pasado. Amamos más el recuerdo que la realidad, más la promesa que la persona. En ese punto, el amor deja de ser una conexión viva y se convierte en una forma de apego nostálgico.
La pregunta que plantea Walter Riso —¿De quién estás enamorado? ¿De la persona que conociste al principio o de quien es ahora?— nos obliga a confrontar una verdad difícil: las personas cambian, y nosotros también. Amar de verdad no es permanecer fiel a una versión congelada del otro, sino decidir, conscientemente, si el nuevo rostro que el tiempo nos muestra sigue siendo digno de nuestro vínculo.
Esto no implica que todo cambio sea negativo. A veces, lo que se transforma se vuelve más auténtico. Otras veces, simplemente se aleja de lo que somos o de lo que podemos sostener. Y ahí es donde se vuelve vital la honestidad emocional: ¿estamos amando a alguien real o a un eco?
Las relaciones más profundas no son las que evitan el cambio, sino las que lo integran. No temen al paso del tiempo, porque han aprendido a reconocerse de nuevo en cada etapa. Y si un día, al mirarse, ya no se encuentran… también eso puede ser amor: la libertad de aceptar que el vínculo ha cumplido su ciclo.
Porque si el amor no se actualiza, se convierte en recuerdo. Y el recuerdo, aunque bello, no construye futuro.