El lenguaje no es el límite de la inteligencia

¿Es el lenguaje el único vehículo para organizar la inteligencia? La intuición nos dice que sí. La experiencia, que no. El lenguaje ha sido, sin duda, el gran amplificador de la inteligencia humana: nos permite nombrar, ordenar, narrar, abstraer, incluso imaginar mundos posibles. Pero no es su origen ni su única vía.


Antes de aprender a hablar, un bebé ya reconoce rostros, anticipa acciones, distingue emociones. Un cuervo, sin palabras, puede planear una estrategia. Un músico, sin pronunciar una sola frase, es capaz de construir arquitecturas emocionales complejísimas. Un escalador, un cirujano, una bailarina, organizan su inteligencia en el cuerpo y en el espacio, sin depender del discurso. Aun sin palabras, la inteligencia late.

Incluso las máquinas, hoy, aprenden a resolver tareas complejas sin "pensar en lenguaje". Sus razonamientos son redes de relaciones numéricas, visuales o motoras. Es otra forma de organización cognitiva. Y nosotros, como especie, apenas comenzamos a comprender que el lenguaje es un espejo, no la totalidad del cuarto.

Hay inteligencias silenciosas. Formas de saber que no se traducen bien en palabras. Mapas internos que no necesitan relatos. Tal vez uno de nuestros grandes errores ha sido confundir el poder del lenguaje con los límites del pensamiento.

No todo lo que es inteligente se puede decir. Y no todo lo que se dice es inteligente.