"Se puede seguir creciendo en el decrecimiento"

La frase encierra una paradoja fértil: propone que crecer no siempre es expandirse, ni decrecer es necesariamente perder. En realidad, cuestiona los pilares de nuestra cultura productivista, donde más es sinónimo de mejor y reducir parece un fracaso.

Pero… ¿y si decrecer fuera una forma superior de crecer?

Desde lo económico, esta idea ya ha ganado cuerpo en los movimientos de decrecimiento sostenible, que abogan por abandonar el mito del crecimiento infinito. No se trata de colapsar, sino de madurar: de reducir lo innecesario para cuidar lo esencial —las relaciones humanas, el tiempo, la salud del planeta—. Es un cambio de eje: del PIB al bienestar real.

Desde lo filosófico, decrecer puede significar desprenderse de la ansiedad del logro, del ruido del reconocimiento. Como el árbol que, al perder hojas, gana ligereza; como la mente que, al soltar ideas fijas, se abre al asombro. Hay una lucidez que solo llega con la reducción del ego.

Desde lo existencial, decrecer es aceptar el paso del tiempo, el límite, la despedida. Pero también es abrir espacio para nuevos significados, más profundos y duraderos. En cada renuncia puede haber una semilla de autenticidad.

Crecer en el decrecimiento no es una contradicción, es una transformación: del tener al ser, del acumular al comprender, del correr al permanecer.