Hay injurias tan profundas que claman por justicia. Y, a veces, el castigo se aplica, el veredicto es favorable, la ley se cumple. Sin embargo, algo queda intacto: el dolor. Porque cuando el justo castigo se convierte en una carga para quien lo exige, la herida no cicatriza, solo cambia de forma.
No es raro que la búsqueda de justicia demande sacrificios desmesurados: tiempo, energía, paz interior. La víctima se convierte en litigante, en testigo, en guerrero, y en ese tránsito se agotan reservas que no siempre se reponen. La reparación pierde su valor si el precio es la destrucción del vengador.
Entonces, ¿fue justicia o venganza? ¿Valió la pena reparar si el costo fue mayor que el agravio? Hay batallas que, aunque ganadas, dejan una tierra más yerma que la ofensa original. Tal vez, en ciertos casos, el verdadero acto de justicia sea no castigar, sino romper el ciclo y sanar sin herir.