Ver Netflix: del hacedor al espectador del mundo

Hubo un tiempo en que la experiencia humana se construía desde la acción: leer, escribir, dialogar, crear, caminar, imaginar. El sujeto era un agente. Hoy, cada vez más, el sujeto se disuelve en la pantalla. “Ver Netflix” se ha convertido en una expresión cotidiana que oculta una mutación profunda: pasamos de vivir a consumir vivencias, de ser protagonistas a ser espectadores de mundos que no habitamos.

No es Netflix el problema, sino lo que representa: una cultura que premia la comodidad, la anestesia emocional, el espectáculo dosificado, el flujo incesante de tramas prefabricadas. En ese acto aparentemente inofensivo —“ver una serie”— se esconde una cesión de voluntad: ya no somos quienes tejemos nuestras historias, sino quienes se dejan llevar por las historias de otros. La pantalla guía el ritmo, decide el encuadre, selecciona el conflicto y hasta la redención.


En esa pasividad elegida hay algo más que entretenimiento: hay una renuncia. Renuncia a construir pensamiento propio, a enfrentar el aburrimiento creativo, a dejar que el silencio actúe. La hiperdisponibilidad de contenidos desplaza la imaginación. ¿Para qué soñar si ya me lo dan soñado?

Convertirse en receptor pasivo no es un accidente: es un modelo. Un modelo que se extiende a otras áreas de la vida —información, relaciones, educación— donde dejamos de intervenir para simplemente recibir. Pero sin intervención no hay transformación, y sin transformación no hay sujeto.

Quizá la pregunta ya no sea qué vemos, sino cuánto dejamos de ver cuando vemos. Tal vez haya que reaprender el arte de estar sin consumir, de sentir sin estímulo externo, de crear sin molde.

Porque cuando el sujeto se rinde al sofá, algo más que el cuerpo se sienta: se sienta la conciencia.