Entretenimiento: dosis diaria de sumisión

¿Por qué abundan los programas de entretenimiento en forma de concursos, tertulias, deportes o realities?
La respuesta evidente es que entretienen.
La respuesta verdadera es que adormecen, moldean y distraen.

Bajo su apariencia inocente, cumplen funciones profundas en el mantenimiento del orden simbólico:

  • Distraen de lo esencial, llenando el tiempo y la mente con conflictos triviales mientras los verdaderos dramas quedan fuera de plano.

  • Canalizan la emoción colectiva hacia escenarios inofensivos: la rivalidad futbolística, la competición sin consecuencias, la indignación decorativa.

  • Simulan debate y participación, aunque todo está pactado: los formatos, los temas, incluso los límites del pensamiento.

  • Reafirman la lógica del sistema, premiando al obediente, idealizando al exitoso, culpabilizando al perdedor.

  • Evitan el silencio, ese espacio donde podría emerger la conciencia, la duda, el cuestionamiento interior.

Actúan como opiáceos sociales:
No curan el malestar, lo enmascaran.
No transforman la realidad, la diluyen en espectáculo.
No invitan a despertar, sino a consumir más dosis de evasión programada.

Como los viejos opioides, generan dependencia:

  • Rutinas emocionales que sustituyen vínculos reales.

  • Estados de conciencia que deforman la percepción del mundo.

  • Una falsa sensación de alivio que impide actuar.

La anestesia colectiva no se impone: se ofrece como entretenimiento.
Y lo aceptamos, porque es más fácil reír que pensar, opinar que comprender, mirar que ver.