La cifra deslumbra: España roza los 100 millones de turistas en un año. Las portadas celebran el récord. El gobierno presume de éxito económico. Y sin embargo, más de un tercio de los españoles no puede permitirse una semana de vacaciones. Este contraste no es anecdótico. Es estructural. Y profundamente revelador.
El modelo turístico que impulsa España se presenta como motor de crecimiento, pero oculta una verdad incómoda: los beneficios no se redistribuyen, sino que se concentran en una minoría. Mientras hoteles, plataformas digitales y grandes propietarios multiplican sus ingresos, miles de familias trabajadoras son expulsadas del mercado de vivienda, asfixiadas por los precios, por los ritmos del turismo estacional, por un entorno que ya no les pertenece.
Se ha creado una nueva brecha interna: entre los que ganan con el turismo y los que son desplazados por él. Y lo más paradójico es que esa expulsión ocurre en el mismo país que habitan. Calles transformadas en escaparates. Centros históricos convertidos en decorado. Costas saturadas. Servicios públicos tensionados. El ciudadano se convierte en figurante en su propia tierra.
Este desequilibrio no solo es económico, es simbólico. Porque el acceso a unas vacaciones no es un lujo. Es un derecho ligado al descanso, la salud mental, la desconexión vital. Negarlo sistemáticamente a un tercio de la población mientras se abren las puertas a millones de visitantes revela algo más profundo: una priorización sistemática del visitante sobre el residente, del ingreso a corto plazo sobre el bienestar social a largo plazo.
Detrás de la bonanza turística, hay una advertencia encubierta. Si el sistema sigue concentrando rentas y externalizando costes sobre la ciudadanía, la fractura se volverá insostenible. El malestar crece en silencio: en los alquileres imposibles, en los contratos temporales, en los barrios desbordados. Y empieza a traducirse en protestas, en desafección, en preguntas que hasta hace poco no se formulaban: ¿para quién es este país? ¿quién decide el precio de vivir en él?
España puede seguir siendo un destino turístico líder. Pero si quiere ser también un país habitable y justo para quienes lo sostienen día a día, deberá revisar urgentemente su modelo. Porque el turismo no puede seguir creciendo a costa de quienes no pueden ni permitirse escapar de él.