La mentira emocionalmente eficiente

No hace falta que algo sea cierto, solo que funcione.
Funcione para mover, para irritar, para consolar, para reforzar lo que ya pensamos.
Así ha nacido una nueva forma de eficacia: la mentira emocionalmente eficiente.

Cuando la emoción reemplaza a la verdad como criterio dominante,
la mentira ya no es un fallo del sistema:
es su combustible.

La verdad exige paciencia, pruebas, contexto.
La emoción exige solo un segundo y un impulso.
Y en ese desajuste de velocidades, la mentira lleva todas las de ganar.

En esta lógica, lo que se valora no es si algo ocurrió, sino si genera una reacción.
No importa si es real,
solo si conmueve, si polariza, si convierte, si se comparte.

Así, lo rentable ya no es informar, sino impactar.
Lo eficaz no es el argumento, sino la exaltación.
Y lo verdadero queda relegado a un plano secundario, casi decorativo.

El resultado no es solo una sociedad mal informada,
sino una cultura emocionalmente entrenada para premiar la falsedad si esta es útil.

Las plataformas lo saben.
Las marcas lo saben.
Los políticos, por supuesto, también.

Lo que empezó como error se ha convertido en táctica.
Y lo que debería ser escándalo, ahora es método.

En este escenario, mentir no es un riesgo: es una ventaja competitiva.
Y decir la verdad… un acto de resistencia.