Jamie Dimon, CEO de JP Morgan, no solo ha lanzado una advertencia a Europa. Ha deslizado una sentencia: “Estáis perdiendo”. Pero tras esa frase no se esconde una simple crítica económica. Lo que se cuestiona es algo más profundo: la esencia del modelo europeo.
En el nuevo relato global, Estados Unidos innova, China ejecuta, y Europa regula. Esta simplificación brutal encierra un juicio de valor que va más allá del PIB o la competitividad. Sugiere que la ética, la redistribución, la prudencia… han dejado de ser virtudes para convertirse en frenos. Que la justicia social ralentiza. Que el equilibrio moral resta agilidad. Que quien no se adapta al ritmo del capital, desaparece.
La noticia, más que informar, inocula ansiedad. Se invoca la urgencia como condición inevitable: si no se actúa ahora, el declive será irreversible. Y bajo esa presión se insinúa la solución: menos regulación, más liberalización, más capital riesgo, menos consenso, menos Bruselas, más Wall Street. Se disfraza de análisis lo que en realidad es una intervención ideológica cuidadosamente calculada.
Porque no se trata de advertir, sino de reconfigurar el imaginario. De reemplazar el modelo europeo basado en cohesión, deliberación y pacto social por uno que premia la rapidez, la desigualdad y la competencia desenfrenada. Se ofrece la supervivencia a cambio de renuncia. Se promete relevancia si Europa deja de ser Europa.
Pero… ¿y si esa no fuera la única opción?
¿Y si el valor diferencial de Europa no estuviera en imitar la eficiencia de EE.UU. ni el autoritarismo de China, sino en proponer una tercera vía: una modernidad ética, tecnológica y justa? Una que no sacrifique humanidad por agilidad ni democracia por crecimiento.
Porque tal vez no estemos perdiendo por ir más despacio, sino por olvidar por qué decidimos hacerlo. Tal vez la verdadera decadencia no sea económica, sino narrativa: hemos dejado que otros nos cuenten quiénes somos… y quiénes deberíamos ser.