Vivimos en una época donde la lectura ya no es el camino natural hacia el conocimiento, sino una opción entre muchas. Ahora, basta con subir un PDF, pedirle a la inteligencia artificial que lo resuma, que aclare conceptos, que ponga ejemplos, que responda dudas. Así, en lugar de leer, iteramos con resúmenes. En lugar de comprender, optimizamos.
¿Y qué perdemos cuando aceptamos ese trato?
Perdemos la lentitud que da profundidad.
La duda que se asienta entre líneas.
La experiencia de convivir con una idea, no solo de conocerla.
Estamos ante una transformación impulsada por varias fuerzas:
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Saturación informativa: hay más libros, artículos y cursos que tiempo disponible. La IA parece una solución lógica para extraer lo esencial.
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Cultura de la inmediatez: lo lento es ineficiente, incluso en lo cognitivo. Reflexionar ha pasado a segundo plano.
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Educación orientada a resultados: si lo importante es parecer informado o aprobar un examen, los procesos pierden valor.
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Accesibilidad y comodidad: que una IA te resuma a Kant es más fácil que enfrentarte a él. Democratiza… pero también banaliza.
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Nuevo tipo de alfabetización: dominar los prompts ya es una habilidad útil. Pero se trata de una alfabetización funcional, no crítica.
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Pérdida del esfuerzo cognitivo: leer de verdad implica imaginar, contrastar, sostener ambigüedades. Todo eso cuesta. Y lo estamos evitando.
En esta nueva era, saber ya no implica haber leído, ni siquiera haber entendido. Basta con obtener una respuesta verosímil. Saber ha dejado de ser un verbo que exige tiempo. Ahora es un producto de consumo inmediato, generado a demanda.
La inteligencia artificial nos ahorra esfuerzo. Y también nos lo roba.
Nos roba la paciencia, la resistencia al aburrimiento que toda lectura compleja exige. Nos roba el privilegio de interpretar, de malentender, de descubrir por segunda vez una frase que no comprendimos la primera. Nos convierte en hábiles formuladores de preguntas… pero no necesariamente en pensadores.
Tal vez no estamos entrando en la era post‑alfabetización.
Tal vez estamos entrando en la era post‑reflexión.
Porque leer sin pensar no transforma.
Y pensar sin leer… rara vez nace de uno mismo.