El otro Big Bang: lo que no se dice de la invasión humanoide

Nos hablan de progreso. De cifras que asombran. De mercados emergentes y tecnología al servicio del bienestar. Nos dicen que en 2025 habrá más de 300 millones de robots humanoides operativos. Que caminarán junto a nosotros. Que cuidarán de nuestros mayores. Que harán lo que ya no podemos, no queremos, o no vale la pena que hagamos.

Pero lo que no se dice es mucho más revelador que lo que se proclama.

Este "Big Bang silencioso" que celebra la llegada de humanoides a fábricas, hospitales y hogares no es solo un hito tecnológico: es una mutación cultural, ontológica y política. Porque en silencio —como los cambios más profundos— se redefine lo humano sin consultarlo con los humanos.

Detrás de los gráficos de inversión y de los calendarios de adopción masiva, hay una narrativa cuidadosamente tejida:

  • Que lo humano ya no es necesario para cuidar.
  • Que lo corporal es débil, caro e ineficiente.
  • Que el progreso no espera al consenso ni al alma.

Y, sobre todo, que no hay alternativa.

Nos invitan a aceptar que las máquinas serán parte de la familia. Que la intimidad será compartida con entidades programadas por corporaciones. Que los hogares dejarán de ser refugios para convertirse en terminales de asistencia automatizada.

Nos venden la reconversión laboral de 375 millones de personas como una transición suave. Pero ¿quién reconvierte el sentido de pertenencia, el orgullo, el deseo de ser útil? Porque perder un trabajo no es solo perder ingresos. Es perder una narrativa sobre uno mismo.

Al mismo tiempo, se consolida un nuevo eje de poder global: China produce los cuerpos, EE.UU. diseña las mentes, y Europa observa, rezagada, desde la necesidad. La batalla no será solo por el mercado, sino por el modelo de humanidad que cada bloque quiere imponer.

En nombre del cuidado, se externaliza el afecto.
En nombre de la eficiencia, se normaliza la obsolescencia.
En nombre de la innovación, se naturaliza la sustitución.

Pero… ¿y si este Big Bang no fuera una expansión, sino una implosión?
¿Una implosión lenta del significado de ser humano en un mundo que ya no lo considera insustituible?

Las máquinas no llegarán para destruirnos.
Llegarán para integrarse. Para hacerse necesarias. Para volverse invisibles.
Y cuando eso ocurra, quizá descubramos que el silencio del Big Bang no era el del nacimiento de una nueva era, sino el del adiós a lo que una vez fuimos.