El trabajador humano frente a la irrupción de la inteligencia artificial

Durante siglos, la cuestión del trabajo estuvo ligada al cuerpo y a la fuerza humana. Luego, con la industrialización, la máquina amplió las capacidades productivas y desplazó al trabajador hacia nuevas funciones. Hoy nos encontramos en un umbral inédito: la inteligencia artificial no solo complementa la actividad humana, sino que amenaza con sustituir buena parte de las tareas que constituían la base del empleo. En este nuevo horizonte, la reflexión de Francisco Trujillo —“por ser trabajador no se deja de ser persona”— adquiere una resonancia aún más profunda: ¿qué ocurre cuando el trabajador ya no es indispensable para el sistema productivo?

El peligro no es únicamente económico, sino ontológico y ético. Si antes se reducía al trabajador a “mano de obra”, hoy se corre el riesgo de que se le reduzca aún más: a prescindible. Y en esa reducción se erosiona la dignidad que acompaña a la condición humana.

Creatividad frente a automatización

Para Henri Bergson, la vida no es repetición ni cálculo, sino un élan vital, un impulso creativo que desborda cualquier mecanismo. La IA, por muy avanzada que sea, reproduce patrones; no conoce la duración vivida ni la experiencia existencial. Frente a la máquina, el ser humano conserva el privilegio de la creatividad irreductible: la capacidad de imaginar lo que no estaba previsto. Tal vez el destino del trabajador en la era de la IA no sea competir en eficiencia, sino reclamar el terreno del sentido, de la invención, de la apertura a lo nuevo.

El poder de los algoritmos

Sin embargo, como advirtió Michel Foucault, ningún discurso es neutro. La inteligencia artificial no llega inocente: trae consigo nuevas asimetrías de poder. Quien controla los algoritmos define qué cuenta como “verdadero”, qué se mide, qué se valora. El trabajador corre el riesgo de ser evaluado, contratado o excluido por un régimen de verdad algorítmico, más opaco que cualquier jerarquía tradicional. La promesa de objetividad encubre una nueva forma de dominación: la sumisión a criterios invisibles.

Ética del futuro

Aquí el principio de responsabilidad de Hans Jonas se vuelve crucial. Si la tecnología amplifica nuestro poder, también amplifica nuestras obligaciones. Incorporar IA al trabajo no puede hacerse solo en nombre de la eficiencia inmediata. Debemos preguntarnos qué sociedad se gesta cuando millones de personas quedan desplazadas de su función productiva sin alternativas que preserven su dignidad. La ética del futuro nos exige pensar más allá del cálculo económico y colocar en el centro la pregunta por la vida humana.

Complejidad y cohabitación

Con Edgar Morin, podemos leer esta transformación como un desafío de complejidad: el mundo laboral se convierte en un ecosistema donde conviven humanos y máquinas. El problema no es solo la sustitución, sino la relación. ¿Cómo integrar la IA sin reducir al humano a un espectador pasivo de la producción? Solo una mirada compleja, que reconozca la pluralidad de dimensiones humanas, puede evitar que la lógica productiva devore lo vital.

Autoexplotación en la era digital

La advertencia de Byung-Chul Han resuena aquí con fuerza. En un mundo donde la máquina fija estándares inalcanzables, el trabajador puede caer en la tentación de compararse con ella, midiendo su valor únicamente en términos de rendimiento. Nace así una forma más sutil de autoexplotación: la del humano que se siente permanentemente insuficiente frente a la perfección algorítmica. La eficiencia, convertida en ídolo, amenaza con sofocar la experiencia de lo humano.


Hacia un nuevo horizonte del trabajo

La incorporación de la inteligencia artificial al mundo laboral no debería invitarnos a defender nostálgicamente un pasado perdido. Más bien, nos obliga a repensar lo que significa trabajar y, en última instancia, lo que significa ser persona. Quizás el sentido del trabajo del futuro no consista en producir más, sino en abrir espacios de creatividad, de cuidado, de vínculo y de responsabilidad.

Porque incluso en un mundo donde las máquinas produzcan con una perfección inalcanzable, seguirá siendo cierto lo que recordaba Trujillo: trabajar es, ante todo, una forma de seguir siendo persona. Y esa verdad no puede ser reemplazada por ningún algoritmo.