La doble cara de la inteligencia artificial: empresa y persona

El reciente informe sobre el estado de la inteligencia artificial en la empresa revela una paradoja inquietante: la adopción es masiva, pero la transformación es mínima. Nueve de cada diez organizaciones han probado herramientas de IA, pero solo un cinco por ciento logra integrarlas de forma efectiva en sus procesos. La mayoría de los proyectos se quedan en la fase piloto, atrapados por la rigidez de los flujos de trabajo, la falta de memoria de los sistemas y la dificultad de alinearlos con la operativa cotidiana.

Frente a este estancamiento corporativo, surge un fenómeno inverso: los individuos. Más del noventa por ciento de los empleados reconocen utilizar IA con cuentas personales, aun cuando sus empresas no les proveen de herramientas oficiales. ChatGPT, Copilot o Claude se han convertido en asistentes cotidianos para redactar, investigar o generar ideas. Allí donde la organización fracasa en integrar, el trabajador improvisa y encuentra utilidad inmediata. La llamada “economía de la IA en la sombra” muestra que la transformación personal avanza con mayor rapidez que la empresarial.


Sin embargo, esta lectura optimista debe matizarse. El acceso personal a la IA no es universal ni igualitario. Depende de la posibilidad de pagar suscripciones, contar con dispositivos adecuados y disponer de la alfabetización digital necesaria. En contextos de salarios bajos, precariedad laboral o desigualdad educativa, la promesa de la IA personal se diluye. No es casual que los jóvenes y los profesionales más formados sean quienes más rápido adoptan estas herramientas, mientras amplios sectores sociales quedan al margen, reproduciendo una brecha digital que la IA corre el riesgo de profundizar.

La diferencia esencial, por tanto, no es solo entre empresa e individuo, sino entre quienes pueden acceder a estas herramientas y quienes no. La IA personal transforma la productividad y la creatividad de algunos, mientras que para otros sigue siendo un horizonte lejano, ajeno a sus rutinas y limitado por la exclusión tecnológica.

El verdadero desafío no reside únicamente en que las empresas logren superar la “brecha GenAI” e integrar sistemas que aprendan y se adapten, sino en garantizar que la inteligencia artificial no se convierta en un privilegio más. Porque si la transformación se concentra en una élite con recursos, la IA no ampliará horizontes colectivos: consolidará desigualdades preexistentes bajo una nueva forma digital.