Cuando el crítico descubre al escritor

Los grandes escritores rara vez llegaron a serlo por haber estudiado técnicas narrativas. La mayoría —como ocurre en el arte pictórico o en la música— encontraron su forma escribiendo, errando, imitando y puliendo. Lo que los distingue no es la obediencia a una fórmula, sino el hallazgo de una estructura singular, descubierta por ensayo y error, y afinada con intuición.

Curiosamente, son los críticos quienes —a posteriori— reconstruyen el orden que el autor solo intuyó. Donde hubo pasión, necesidad expresiva o simple oficio, el crítico encuentra simetrías, patrones, claves ocultas. Y a menudo ve más de lo que el propio autor sabía que hacía.

El escritor escribe con lo que tiene: vivencias, lecturas, lenguaje, oído. El crítico analiza con lo que la obra revela: conexiones, repeticiones, geometrías invisibles. Y es en ese cruce —entre la creación y su interpretación— donde a veces aparece la verdadera obra maestra.

Porque quizá la literatura, como toda forma de arte, no nace del conocimiento, sino de una inspiración que el tiempo se encarga de volver método.