No nacemos completos, ni definidos.
Llevamos dentro un potencial inmenso, pero su despliegue depende del terreno en que caemos, del clima emocional, de las manos que nos cuidan o descuidan, del lenguaje que nos envuelve y moldea.
Germinamos en el contexto que nos acoge.
Crecemos según lo que ese entorno permite o limita. Si el suelo es fértil, florecemos con fuerza. Si es árido, nos adaptamos como podemos, desarrollando raíces cortas, tallos torcidos, hojas que no llegan a desplegarse del todo.
Y al final, lo que somos es siempre una versión incompleta de lo que pudimos ser.
Fragmentos.
No porque hayamos fallado, sino porque el mundo no siempre permite la plenitud. Porque cada vida es una negociación entre lo posible y lo deseado, entre lo dado y lo imaginado.
Aun así, incluso los fragmentos brillan.
Incluso las ramas que no dieron fruto cuentan una historia.
Y a veces, en medio del silencio, todavía se escucha el eco de lo que esa semilla soñó ser.