Soy esta conciencia que habita un cuerpo, esta secuencia de decisiones, este instante que piensa y siente. Soy la suma de encuentros, pérdidas, caminos tomados y otros evitados. Lo que soy es lo único real que tengo.
Pero…
Nunca sabré lo que pude haber sido en otro tiempo y lugar.
Ese otro yo —posible, soñado, temido o deseado— quedó sellado en la caja oscura de lo irrealizado. No es un recuerdo, porque nunca ocurrió. No es un futuro, porque ya no puede ser. Es una sombra sin cuerpo.
¿Y si hubiera elegido distinto?
¿Y si en otra ciudad, en otro amor, en otra vocación, me esperara una versión más plena o más libre de mí mismo?
Nunca lo sabré.
Y sin embargo, no todo está perdido.
Porque el hecho de no haber sido también me revela algo: la autenticidad de este ser que soy. Esta versión, imperfecta y limitada, es la única que ha resistido el tiempo, las dudas, el olvido.
Aceptar lo que soy implica también reconciliarme con lo que nunca seré.
Y en ese gesto, quizás, no hay resignación…
sino paz.