La mayoría sólo somos usuarios

En la vasta red de interacciones digitales, nos movemos con la destreza de quien conoce los caminos, pero no los fundamentos. Pulsamos, deslizamos, consumimos. Pero no diseñamos. No decidimos. No controlamos.

Somos usuarios. No arquitectos.


Cada aplicación que utilizamos, cada plataforma que habitamos, cada algoritmo que nos guía ha sido construido por una minoría que escribe el código, establece las reglas y define los límites del juego. El resto —la mayoría— simplemente juega. O peor: es jugada.

Hemos aceptado ser usuarios como quien acepta ser huésped en una casa ajena. Con derechos limitados, con presencia transitoria. Hemos confundido facilidad con libertad, interfaz con participación, acceso con poder.

Y, sin embargo, en esta aparente pasividad se esconde una paradoja: la fuerza de lo colectivo está del lado del usuario. Somos millones. Pero sin conciencia, esa masa solo alimenta sistemas ajenos. Sin preguntas, sin intención, sin intervención, seremos siempre eso: usuarios. Nunca creadores.