Nos acostumbramos a pensar que estar informados es un derecho. Que las noticias existen para conectar a la conciencia colectiva con los hilos invisibles de lo real. Pero en silencio, casi sin darnos cuenta, la verdad se ha convertido en mercancía.
Cada titular tiene un valor. Cada clic, un retorno. Cada historia, un cálculo de audiencia.
Y en ese mercado de percepciones, lo que no se vende, desaparece.
¿Qué ocurre cuando la información ya no busca iluminar, sino entretener o manipular?
¿Qué tipo de conciencia se construye cuando la verdad se mide en tráfico y no en profundidad?
Este mundo nos exige discernimiento. Nos invita a mirar más allá del formato, del impacto, del precio.
Nos pide volver al centro: a esa voz interior que intuye cuándo algo resuena como verdadero, y cuándo solo es ruido disfrazado de noticia.
A veces, la única forma de estar verdaderamente informado… es hacer silencio.