¿Gobierna la ley o gobiernan los hombres?

Vivimos bajo la ficción de que nos gobiernan las leyes, pero basta observar el rostro de ciertos presidentes para descubrir la verdad: nos gobierna su ego.

En las democracias modernas se repite el mantra del "imperio de la ley", como si bastara pronunciarlo para que fuera real. Parlamentos, constituciones, tribunales… son presentados como escudos de la ciudadanía. Pero en demasiados países, esos escudos están agrietados, manipulados o simplemente ignorados.

Lo que domina hoy no es la norma consensuada, sino la voluntad personal del líder de turno.
Presidentes que creen tener una misión, no una función.
Gobernantes que legislan por decreto, desprecian el disenso, instrumentalizan a los medios y se parapetan tras una corte de fieles que aplauden cada gesto, por absurdo que sea.

Ya no representan al pueblo; se representan a sí mismos.
Confunden el poder con la verdad, el aplauso con la razón, la firmeza con la imposición.

Mientras tanto, el Parlamento se convierte en decorado, el Derecho en obstáculo, y la democracia en una palabra hueca. La soberbia ha sustituido a la deliberación.
Y lo más grave: millones lo aceptan. Porque el líder fuerte —aunque rompa las reglas— ofrece la ilusión de control en un mundo caótico.

Gobiernan, sí, las leyes. Pero solo cuando los poderosos las temen.
Y hoy, demasiados líderes ya no temen nada… salvo perder su imagen.