Europa arrodillada: el precio oculto de los aranceles

La Unión Europea acaba de firmar un “gran acuerdo” con Estados Unidos. Un eufemismo diplomático que disfraza lo que en realidad ha sido una capitulación estratégica. La imagen lo dice todo: la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, accediendo a negociar no en Bruselas, ni en Washington, sino en un campo de golf propiedad de Donald Trump. El escenario es ya simbólicamente inquietante. El resultado, aún más.

Los aranceles del 30% con los que amenazaba Estados Unidos se han rebajado al 15%. Pero no ha habido contrapartidas. Europa cede terreno sin obtener nada a cambio, salvo tiempo. Y el tiempo, en geopolítica, también se paga. La cesión no solo es económica, es estructural. Supone aceptar que la UE ya no es un bloque soberano capaz de negociar de igual a igual con su “aliado” atlántico. Supone aceptar la presión sin respuesta, la imposición sin negociación real.

España, en este contexto, sale menos perjudicada que otros socios. Sus exportaciones a EE. UU. son limitadas, apenas un 5%. El impacto estimado en el PIB ronda el 0,15%. Pero no se trata solo de cifras. Se trata de símbolos. Se trata de poder. Y el poder, como la soberanía, no siempre se pierde de golpe, a veces se diluye en gestos aparentemente pragmáticos.

El daño mayor no es para la economía española, sino para el proyecto europeo. Porque no solo se han aceptado aranceles sin reciprocidad, también se ha asumido una exigencia militar –aumento del gasto en Defensa al 5% del PIB– que, aunque España ha logrado eludir por ahora, marca una nueva subordinación estratégica. El chantaje es doble: comercial y militar.

¿Puede Europa recuperar su autonomía si un nuevo presidente sustituye a Trump? Es la pregunta clave. Pero la respuesta no depende únicamente del cambio en la Casa Blanca, sino de algo más profundo: la voluntad de Europa de volver a pensar y actuar como sujeto político soberano. Porque la rendición no es solo circunstancial, es estructural si no se revierte.

La geopolítica no perdona los vacíos. Si Europa no los ocupa, otros lo harán. Esta vez, la factura llegó en forma de aranceles. La próxima vez podría tener un precio más alto.