No ha habido invasiones ni amenazas militares. Solo una mesa en un campo de golf privado, propiedad del presidente estadounidense, donde la presidenta de la Comisión Europea selló un acuerdo que no puede llamarse tal. El continente que soñaba con autonomía, integración y voz propia, ha aceptado un arancel del 15% sin obtener nada a cambio. Ha doblado la rodilla sin negociación, y ha comprometido además inversiones futuras en la economía del chantajista.
Pero lo más preocupante no es el porcentaje.
Lo verdaderamente alarmante es la normalización de la sumisión.
El relato de la noticia ya lo dice: ahora solo queda “cuantificar y capear los efectos”. Como si esto fuera una tormenta inevitable. Como si no se tratara de una cesión de soberanía cuidadosamente ejecutada y silenciosamente aceptada.
Mientras se menciona que España sufrirá poco —apenas un 0,15% del PIB, con sectores como el aceite, el vino o la maquinaria afectados—, se nos invita a no preocuparnos. Pero esa es la distracción.
El daño no está en las cifras, sino en los símbolos.
La reunión en suelo privado, la falta de reciprocidad, la presión militar para aumentar el gasto en defensa. Todo forma parte de un mismo mensaje: EE. UU. ya no negocia, impone. Y Europa ya no dialoga, asiente.
Este episodio revela varias grietas simultáneas:
– La farsa diplomática, donde se simula una negociación que no existe.
– La crisis de liderazgo europeo, que no representa intereses colectivos sino que gestiona presiones externas.
– La pérdida de centralidad geopolítica, en favor de una nueva hegemonía unilateral disfrazada de aliado.
– Y sobre todo, la interiorización de la derrota, ese punto donde los pueblos dejan de reclamar porque creen que ya no pueden decidir.
Y entonces surge la pregunta inevitable:
¿Recuperará Europa su voz cuando Trump deje el poder?
Pero tal vez la pregunta correcta no sea esa.
Tal vez deberíamos preguntarnos:
¿No será que el verdadero problema no está en Trump, sino en nosotros?
Porque si la respuesta europea a cada embate consiste en adaptarse, en replegarse, en ceder sin reclamar, da igual quién gobierne en Washington.
Europa habrá elegido su rol: el de vasallo ilustrado.