¿Estamos volviéndonos más tontos o simplemente distintos?

Durante décadas, el coeficiente intelectual fue considerado la medida suprema de nuestras capacidades mentales. Pero hoy, en pleno auge de la inteligencia artificial, su descenso generalizado ha encendido alarmas. ¿Estamos presenciando una decadencia intelectual colectiva… o una mutación silenciosa de nuestras habilidades?

Varios estudios recientes alertan de una caída del CI en países desarrollados. Las causas son múltiples: contaminación, dieta pobre, menor estimulación cognitiva profunda. Pero hay algo más sutil que está ocurriendo. No se trata solo de lo que perdemos, sino de qué tipo de inteligencia estamos cultivando sin darnos cuenta.

En paralelo, otro informe —el de Microsoft— traza una frontera clara entre los empleos que sobrevivirán a la IA y los que serán barridos por ella. Los que resisten no son los de mayor CI clásico, sino los que exigen intuición, creatividad, flexibilidad emocional y capacidad para moverse entre incertidumbres. En resumen: habilidades profundamente humanas.

¿Y si el descenso del CI no fuera un simple retroceso, sino una redistribución de capacidades? Tal vez estamos dejando atrás habilidades que las máquinas ya hacen mejor (memorización, cálculo, repetición), y estamos —sin saberlo— desplazando el foco hacia funciones menos medibles pero más resilientes: la interpretación del contexto, la empatía, la negociación, la navegación caótica de lo nuevo.

Esta transición no es lineal ni consciente. No es que un joven renuncie a las matemáticas para abrazar la creatividad. Es que el entorno mismo —hiperconectado, sobrecargado de estímulos, acelerado— premia otros modos de atención, otras formas de aprender, otras estrategias para no naufragar.

El problema es que seguimos evaluando con mapas antiguos un territorio nuevo. Medimos el intelecto con pruebas diseñadas para un mundo analógico, escolar, ordenado. Pero ya no vivimos ahí. Vivimos en un ecosistema que exige agilidad simbólica, criterio informativo, colaboración humana-máquina. Y quizás eso no se capta con un test de CI.

No se trata de negar la degradación de ciertos aprendizajes, ni de idealizar el presente. Se trata de reconocer que la inteligencia evoluciona con su entorno, y que lo que hoy parece decadencia podría ser —en otro marco— una forma emergente de adaptación cognitiva.

Tal vez no nos estamos volviendo más tontos. Tal vez estamos empezando a pensar distinto. Y eso, en un mundo regido por máquinas que piensan rápido pero no comprenden, puede ser la única esperanza.